martes, 5 de febrero de 2013

¿Podría Keynes poner fin a la crisis? Presentando el multiplicador marxista


International Socialism - Número: 136
Publicado: 08 de octubre 12

Guglielmo Carchedi

Para Marx, la causa inmediata de la crisis es la caída de la tasa media de ganancia (ARP). 1 Un número creciente de estudios han demostrado que esta tesis no sólo es lógicamente consistente, sino que también es apoyada por un material empírico sólido y en crecimiento. 2 Si la decreciente rentabilidad es la causa del desplome, el desplome sólo terminará si la rentabilidad de la economía, se embarca en una senda de crecimiento sostenido. Entonces, la pregunta pertinente es: ¿pueden las políticas keynesianas restaurar la rentabilidad de la economía? ¿Pueden poner fin al desplome?
Para empezar, ¿cuáles son las políticas keynesianas? En primer lugar, son políticas económicas inducidos por el estadoEn segundo lugar, pueden ser políticas de redistribución o políticas de inversión. En tercer lugar, deben ser financiadas por el capital financiado y no financiadas por el trabajo. Si son financiadas por el trabajo, son políticas neoliberales. En cuarto lugar, en el caso de las políticas de inversión inducidas por el estado, pueden ser tantociviles (principalmente en obras públicas como carreteras, escuelas, hospitales, etc, con el fin de evitar la competencia con los sectores privados que ya están experimentando dificultades económicas) o militares. No voy a tratar del "keynesianismo militar", porque en la actualidad esto no es lo que los economistas keynesianos proponen para poner fin a la crisis. Algunos podrían pensar que una guerra de este tipo podría ser la única manera de salir de la depresión. Esta es una admisión abierta de la monstruosidad de este sistema. Pero entonces ¿por qué salvarlo? Entonces lo que sigue se refiere sólo a las políticas keynesianas civiles.

Redistribución inducida por el Estado

Supongamos que el estado produce una redistribución de valor del capital al trabajo a través de legislación pro-trabajo, impuestos progresivos, etc. Por supuesto, es el resultado neto de estas políticas lo que cuenta. Si el estado recorta impuestos estatales al trabajo pero también reduce el gasto público en servicios como la sanidad o la educación, o el trabajo paga por esos servicios, neutralizando así el efecto de la subida salarial en consumo, o su mayor consumo es neutralizado por un menor gasto del estado en servicios pro-trabajo.
A continuación, vamos a suponer que los salarios netos (directo, indirecto y diferido) aumentan. Se venden más artículos de consumo y el trabajo consume más. Por ello, estas políticas se supone que son pro-trabajo. Se supone que la venta de bienes de consumo invendidos estimula la producción de medios de consumo. Esto generaría demanda de medios de producción. Un ciclo alcista comenzaría. Y es por eso que estas políticas se supone que son pro-capital también. Tanto el capital como el trabajo ganarían. Esta es la base del reformismo keynesiano, de la colaboración entre clases.
Pero, ¿un mayor consumo del trabajo realmente causa una mayor producción de bienes de consumo y entonces de bienes de producción y con ello un mayor empleo y crecimiento económico? Supongamos que algunos bienes de consumo son invendidos. Esta es la hipótesis detrás de intervencionismo keynesiano (falta de demanda). En este caso, el aumento de los salarios causa la venta de bienes de consumo no vendidos y no una mayor producción de estos bienes. La redistribución keynesiana fracasa en sus propios términos, en términos de producción inducida por la demanda, y por lo tanto el empleo y la recuperación.
Pero el capitalismo prospera no si la producción aumenta sino si aumenta la rentabilidad. Una vez que se introduce la rentabilidad, todo cambia. Si un capitalista no puede vender su producción, sufre una pérdida. Si más tarde, debido al aumento de los salarios, las mercancías se venden, realiza las ganancias no realizadas. Pérdidas y ganancias se anulan. Sin embargo, la rentabilidad cae. La prueba requiere tres pasos.
(A) Tome el sector que produce medios de consumo. Bajo la hipótesis más favorable para el argumento keynesiano, la totalidad del incremento salarial se gasta (en bienes de consumo). Este sector, por un lado sufre una pérdida por mayores salarios, pero por el otro puede vender medios de consumo invendidos por un precio igual. El numerador de la tasa de ganancia no se modifica. Sin embargo, el denominador aumenta debido a la mayor inversión en capital variable. Aumenta el consumo del trabajo, pero cae la tasa de ganancia.
(B) A continuación, tome el sector que produce medios de producción. Su numerador decrece (debido al aumento de los salarios y por tanto los beneficios más bajos) y el denominador crece (debido a la mayor inversión en fuerza de trabajo). En este sector también aumenta el consumo del trabajo, pero la tasa de ganancia cae.
(C) Por último, los salarios más altos en el sector que produce medios de producción lleva a una mayor demanda y consumo de los trabajadores de ese sector y por lo tanto a un beneficio extra para el sector que produce medios de consumo. Pero también es igual a la pérdida de capital en el primer sector. La pérdida en el sector I y el beneficio en el sector II se anulan.
Los numeradores de los dos sectores vuelven al valor original. Sin embargo, los denominadores han aumentado. La tasa media de ganancia (ARP) para los dos sectores cae. Dos cosas se desprenden. En primer lugar, los salarios y por lo tanto el consumo pueden aumentar sin que caigan los beneficios (no la ARP). En segundo lugar, la producción no se incrementa. Lo que aumenta es la realización de las mercancías previamente producidas. En resumen, el consumo del trabajo se eleva, pero la producción sigue siendo la misma y cae la ARP. La redistribución keynesiana falla no sólo en su propio terreno, la producción, sino también por razones de rentabilidad, el aumento en el consumo del trabajo y el agravamiento de la crisis son dos caras de la misma moneda.
Supongamos ahora que los salarios sigan aumentando hasta el punto de que todos los bienes de consumo se venden. Dado que existe una demanda suficiente, no hay necesidad de una intervención keynesiana. Sin embargo, ¿no estimularía una nueva subida de los salarios la producción adicional de bienes de consumo? No. La producción aumenta si aumenta la rentabilidad y hay demanda para la producción adicional, es decir, si la plusvalía adicional puede ser producida y realizada. La producción no aumenta si una de estas dos condiciones no se cumple.
Los salarios más altos aumentan la demanda de bienes de consumo, pero al mismo tiempo, reduenr la tasa de ganancia. Algunos capitalistas pueden decidir aumentar la producción, incluso en los niveles más bajos de rentabilidad. Pero con el tiempo, a pesar de sus esfuerzos, la producción de la economía disminuye. De hecho, si caen los beneficios, (a) menos plusvalía se puede generar y por ello reinvertir, y las reservas no se invierten en actividades cuya rentabilidad sigue disminuyendo y, (b) debido a los mayores salarios, los capitalistas más débiles van a la quiebra y cesan la producción. De ello se desprende que los capitalistas en su conjunto reducen su producción a pesar de una mayor demanda y, a pesar de sus esfuerzos para cumplir con esa demanda.
Así, la ecuación
salarios más altos = más consumo
es correcta. Sin embargo, la ecuación
más consumo = más producción
es incorrecta debido a que (a) en el caso de ventas residuales, los salarios más altos no afectan la producción (sólo se fomenta la realización de las mercancías ya producidas), mientras que la rentabilidad cae y (b) desde el punto en el que toda la producción se ha vendido, el aumento de los salarios disminuye la rentabilidad y por tanto
la producción La producción es o invariable o menor, pero la rentabilidad cae en ambos casos. Los salarios más altos no pueden poner fin al desplome, sino que lo empeoran. La medicina keynesiana es peor que la enfermedad.
Lo anterior ha arrojado luz sobre la diferencia esencial entre el enfoque keynesiano y el marxista. Al contrario que éste, para el primero la rentabilidad no es el determinante esencial de la producción. El enfoque keynesiano invierte el orden de la causalidad. En él la rentabilidad es una consecuencia de la mayor demanda inducida por la producción, una consecuencia de la mayor producción física inducida por un mayor consumo. En el enfoque marxista, una mayor producción es la consecuencia de una mayor rentabilidad. Las consecuencias teóricas, políticas e ideológicas son de largo alcance.
Si una mayor demanda (inducida por el aumento de los salarios) estimulara la producción, la economía tenderá hacia un punto en el que, dada una redistribución a favor del trabajo, se encontrarían una mayor demanda y una mayor oferta. Este es el punto en el que se unen el crecimiento y el equilibrio. Esta es la ilusión de la economía convencional. Pero si la mayor demanda inducida por el aumento de los salarios no estimula la producción, sino que en realidad provoca su caída debido a la rentabilidad decreciente, la demanda y la oferta no puede encontrarse y ningún punto de equilibrio puede alcanzarse. Para contrarrestar la caída en la rentabilidad, los salarios tendrían que aumentar de nuevo. El resultado es una secuencia descendente de puntos de no-equilibrio entre demanda y oferta que son otras tantas estaciones hacia la crisis. Al contrario que en el enfoque keynesiano, el aumento de los salarios a costa del capital no contribuye al movimiento hacia el equilibrio y el crecimiento, sino al movimiento hacia la depresión y las crisis.
Esta conclusión es importante para la política económica, ya que muestra que las políticas destinadas a estimular el crecimiento a través de la redistribución pro-trabajo están condenadas al fracaso. Pero esta conclusión también es importante desde un punto de vista teórico y político porque, al negar que el sistema, teniendo en cuenta las políticas de redistribución apropiados, pueda tender hacia el equilibrio y el crecimiento, negamos que este sistema es (o puede hacérsele que sea) racional . La teoría economica burguesa, por otro lado, sostiene que el sistema está en o tiende al equilibrio en los mayores niveles de producción y consumo y que por lo tanto es racional. Si este fuera el caso, las consecuencias para la lucha obrera sería devastador porque la lucha contra este sistema se convertiría en una lucha contra un sistema racional y por lo tanto una lucha irracional, espontaneística. Pero si el sistema es irracional, ya que tiende hacia las crisis, a pesar de las políticas keynesianas (u otras), la lucha obrera es la manifestación consciente del movimiento objetivo de la economía hacia las crisis.
Por otra parte, el Estado puede inducir una redistribución del valor del trabajo al capital a través de la caída de los salarios y otras medidas. Estas son políticas neoliberales (lo opuesto a keynesianas). Sin embargo, se deben considerar brevemente. Un recorte salarial aumenta la rentabilidad. Pero al mismo tiempo reduce la demanda de bienes de consumo. En este caso, los capitalistas reducen su producción no porque los beneficios caigan sino por las caídas de la demanda. ¿Acaso no debe la mayor rentabilidad reactivar la economía, a pesar de la menor demanda y producción? ¿No se pueden hacer más beneficios en relación con el capital invertido en un nivel más bajo de la producción?
En una crisis, si la demanda de bienes de consumo cae por menores salarios, los beneficios adicionales de los salarios más bajos no se reinvierten en ese sector y por lo tanto no puede estimular la inversión en la producción de medios de consumo. Por otra parte, el capital no desinvierte en el sector II e invierte en el sector I porque la rentabilidad cae también en el sector I. Los beneficios adicionales son o apartados como reservas o invertidos en los sectores no productivos (comercio, finanzas y especulación) donde la rentabilidad es más alta (pero sólo mientras la burbuja no se rompe) o se pueden mover a países donde pueden ser reinvertidos más lucrativamente. En algunos países más que en otros, pueden alimentar la corrupción, la delincuencia y las ineficiencias (Italia es un caso típico). En cualquier caso, estos beneficios adicionales no pueden hacer que la economía marche de nuevo.
El Estado también contribuye a desviar el valor de los sectores productivos. En la coyuntura actual, dados los altos niveles de deuda pública, el (plus) valor apropiado por el Estado (por ejemplo, a través de mayores impuestos) se utiliza para disminuir las pérdidas estatales o las pérdidas del capital financiero. Los economistas keynesianos perciben la "austeridad" (una palabra cargada ideológicamente que debe ser cuidadosamente evitada) inducida por el estado como la causa de (la profundización de) la crisis. En realidad, la depresión del consumo (salarios más bajos) es la consecuencia de la caída de la rentabilidad, un intento por parte del capital privado a través del estado para restaurar la ARP.
En suma, las políticas neoliberales no son la causa del desplome (son la consecuencia del desplome, uno de los factores que contrarrestan la caída de la ARP) y fracasan en poner fin al desplome porque los beneficios se desvían de las inversiones productivas y no, como sostienen los autores keynesianos, porque los recortes salariales reduzcan el consumo. El dilema "austeridad" versus crecimiento (medidas políticas pagadas por el trabajo o por el capital) como un remedio contra el estancamiento es falso. Ni las políticas de redistribución pro-trabajo ni pro-capital pueden acabar con el desplome. Esto se puede fundamentar empíricamente. Considere lo siguiente:
Figura 1: participación de los salarios y ARP en los sectores productivos de Estados Unidos
la figura 1.
Escala de la derecha (línea gris): salarios / beneficios
Escala de la izquierda (linea negra): ARP

Este gráfico muestra que hasta 1986 los salarios aumentaron en relación con los beneficios y la ARP cayó, conforme a Marx, pero no al subconsumismo keynesiano. De 1987 a 2009 los salarios cayeron en relación con los beneficios y la ARP aumentó, una vez más conforme a Marx, pero no al subconsumismo keynesiano. Sin embargo, la tendencia en el ARP se mantiene decreciente a lo largo de todo el período. Ambas redistribuciones, pro-trabajo y pro-capital no impidieron que la ARP cayera tendencialmente.

Inversiones inducidas por el estado

El punto más fuerte de las políticas keynesianas no es la redistribución inducida por el estado sino la inversión inducida por el estado. Por regla general, esos autores (también marxistas) promotores de políticas de inversión inducidas por el estado como una forma de poner fin a la crisis, omiten un punto fundamental, es decir, quién se supone que va a financiar estas inversiones (véase la nota 4). Hay dos posibilidades: políticas de inversión inducida por el estado financiadas por el capital y financiadas por el trabajo. Voy a considerar sólo la inversión financiada por el capital porque las inversiones financiadas por el trabajo no son lo que los autores keynesianos proponen para acabar con el estancamiento.
Vamos a distinguir entre el sector I, el productor de obras públicas y el sector II, el resto de la economía. La plusvalía, S, es apropiada (por ejemplo, gravada) por el estado del sector II y canalizada hacia el sector I para la producción de obras públicas. 3 En lugar de gravar la plusvalía, el Estado puede apropiarse de las reservas no utilizadas. Pero en cuanto a capital se refiere, se trata de una pérdida y por lo tanto una deducción de la plusvalía. Habiéndose apropiado de S del sector II, el Estado paga al sector I un cierto beneficio, p, y avanza el resto, S-p, al sector I para la producción de obras públicas.
Consideremos en primer lugar los efectos para el Estado. El estado recibe obras públicas del sector I por valor de S-p+p~, donde p~ es el valor excedente generado en el sector I (sea p~ igual a p o no). El sector I se da cuenta de sus beneficios, ya que ha recibido p del Estado, mientras que p~ pertenece al Estado. ¿Cómo realiza el estado S-p+p~, el valor total incorporado en las obras públicas? Bajo el capitalismo el valor se realiza sólo si y cuando se transforma en dinero a través de la venta del valor de uso en el que se incorpora. Dado que el estado no vende obras públicas (a menos que las privatice, pero la privatización está fuera de nuestro alcance actual), parece que ese valor sigue siendo potencial, atrapado en un valor de uso sin vender. Sin embargo, las obras públicas pueden realizar su valor de una manera diferente. Su valor de uso es consumido por los usuarios de las mismas que, a cambio de este uso, debe pagar, en principio, por la parte del valor contenido en la obra pública que consumen. Una vez que las obras estén totalmente consumida, el estado recibe S-p+p~. El Estado ha realizado el valor potencial de las obras públicas mediante el cobro al capital y al trabajo por su uso. Estas tarifas son una reducción indirecta de los salarios y los beneficios. El estado ha ganado S-p+p~, el sector I ha ganado p, el sector II ha perdido S, y el sector privado ha perdido S-p.
Considere los efectos sobre la ARP. El sector II pierde S, pero el sector I gana p. En suma, el capital privado pierde S-p para el estado. El numerador de la ARP en esa suma. La ARP cae. Pero este no es el final de la historia. La plusvalía capitalizada avanzada por el estado, S-p, es invertido por el sector I. Para determinar el efecto de esta inversión en la rentabilidad, debemos introducir lo que llamaré el multiplicador marxista.
Para producir obras públicas, el sector I adquiere fuerza de trabajo y medios de producción de otras empresas de ambos sectores. A su vez, estas empresas realizan nuevas compras de medios de producción y fuerza de trabajo. Este efecto múltiple se propaga por toda la economía. Bajo la hipótesis más favorable para el argumento keynesiano, las inversiones inducidas por el estado son lo suficientemente grandes para absorber primero los bienes no vendidos y entonces estimular la producción nueva. Dado que las empresas que participan en el efecto cascada tienen diferentes composiciones orgánicas, tres casos son posibles.
(A) S-p, la inversión inicial del sector I, más el efecto dominó en toda la economía, son tales que forman una sección representativa de toda la economía. Entonces la tasa de ganancia generada por ella es igual al promedio de la economía. La ARP después de estas inversiones no cambia. Tampoco el empleo. La política fracasa.
(B) Alternativamente, la cadena de inversión se detiene en un punto en el que la composición orgánica de todos los capitales invertidos (incluyendo los iniciales) es superior a la media. A continuación el ARP cae. El empleo cae también. Una vez más la política falla. La razón por la que la mayor composición orgánica de este agregado empeora la crisis es que las inversiones adicionales han ido principalmente a las empresas más eficientes (las de mayor composición orgánica). Con la venta de su producción superior al mismo precio que el de la menor producción de los rezagados, se apropian de valor de estos últimos y, eventualmente, los empujan fuera del mercado, lo que empeora la crisis.
(C) En el caso contrario, cuando la composición orgánica media cae como resultado de estas inversiones, la ARP y el empleo.caen Pero entonces, la política keynesiana ha ayudado a los capitales menos eficientes, aquellos con menor composición orgánica y por lo tanto menor eficiencia, a sobrevivir. En este caso, esta política pospone el estancamiento en lugar de ponerle fin.
Tenga en cuenta que los tres resultados posibles no son opciones políticas que puedan ser influenciadas por la política del estado. Una vez que el capital inicial inducido por el estado se ha invertido, el resultado final en términos de composición orgánica y ARP depende del funcionamiento espontáneo del sistema, es decir, de qué capitales reciben comisiones de otros capitales. El Estado puede influir sólo en el primer paso, por la puesta en marcha de inversiones públicas a los capitales de baja composición orgánica. Pero entonces, como en el caso (c) anterior, ayuda a aumentar la rentabilidad, sino también para mantener las capitales menos eficientes a flote.
Pero aparte de esto, el resultado más probable es un aumento de la composición orgánica combinada y por lo tanto una disminución de la ARP porque cada capital en la cascada tenderán a comprar el material que necesite de los más baratos postores. Estos suelen ser los más eficientes, aquellos cuya composición orgánica es alta en relación a la media. La inversión adicional inducida por la inversión inicial del Estado se destinará principalmente a estos productores. La composición orgánica crece y la ARP cae. En resumen, como consecuencia de la inversión inducida por el estado, o la rentabilidad promedio cae o, si se eleva, las capitales menos eficientes se mantienen artificialmente con vida. La crisis o se agrava o se pospone. Y si se pospone, el capital no puede auto-destruirse y la recuperación se retrasa aún más. En ningún caso puede reiniciarse la economía.
Al lado de los límites subrayadas por el multiplicador marxista, la redistribución inducida por el estado y / o las políticas de inversión encuentran un obstáculo adicional. Ellas son posibles cuando el capital privado puede soportar la pérdida de plusvalía (o de reservas). Pero cuando el capital se hunde en la crisis, cuando la rentabilidad cae, su financiación es cada vez más problemática. Estas políticas se pueden aplicar donde menos se necesitan y no se puede utilizar cuando más se las necesita. Esto demuestra lo poco realista es la llamada también por marxistas prominentes de una ola masiva de redistribución inducido por el estado financiada por el capital y / o inversión en la difícil situación económica actual como una salida a la crisis. 4
Algunos autores keynesianos proponen estimular la demanda no a través de la redistribución ni tampoco a través de las inversiones, sino aumentando la cantidad de dinero. El supuesto es que la causa última de la crisis es la falta de demanda por lo que una mayor cantidad de dinero en circulación podría estimular la demanda. El argumento en contra de este punto de vista no es tanto si estas políticas son inflacionarias (como los economistas austriacos sostienen) o no.
Más bien, la objeción es que la emisión de dinero aumenta la representación del valor en lugar del valor en sí. La economía no puede reiniciarse si la plusvalía producida en relación con el capital invertido no se modifica. Por otra parte, mediante la impresión y distribución de dinero, se redistribuye el poder adquisitivo. Pero hemos visto que ni la redistribución favor de los trabajadores ni a favor del capital, es la manera de salir de la crisis. Pero por lo general, por "imprimir dinero" se entiende la concesión de crédito. La idea de que el crédito es dinero es casi universalmente aceptado y no obstante fundamentalmente erronea. Mediante la creación de crédito, no se "crean dinero de la nada", una proposición absurda. De la nada, se puede crear nada. Mediante la creación de un crédito uno simplemente crea deuda. Así que la crisis se pospone hasta el momento del pago de la deuda.
Esta es una de las razones por las cuales el Estado puede decidir pedir prestado el capital necesario para las obras públicas en lugar de expropiarlo del capital. Pero con el tiempo las deudas deben ser pagados. El argumento keynesiano es que la deuda se puede pagar cuando, debido a estas políticas, se reinicia la economía y la apropiación de la plusvalía necesaria para la amortización de la deuda no ponga en peligro la recuperación. Pero esto es una ilusión.
De hecho, hemos visto que la inversión financiada por el capital inducida por el estado no puede reiniciar la economía. A lo sumo, puede postergar el estallido de la crisis. Entonces, si las políticas anticrisis bien pro-trabajo o bien pro-capital son impotentes contra la crisis, la crisis debe seguir su curso hasta que ella misma crea la condición de su propia solución. Se trata de la destrucción de capital. Sólo cuando suficientes capitales (anteriores) han sido destruidos (han ido a la quiebra) puede las unidades productivas más eficientes empezar a producir otra vez a mayor escala. De ello se desprende que, si estas políticas como mucho aplazan el estallido de la crisis, también retrasan la recuperación. Al posponer la recuperación, estas políticas son un obstáculo,más que una condición para el reembolso por parte del Estado de su deuda. 5
La tesis de que las políticas de redistribución y de inversión inducidas por estado, posiblemente a través de los empréstitos del Estado, podría comenzar una recuperación sostenida, siempre y cuando la escala sea lo suficientemente grande, no sólo es teóricamente inválido (véase más arriba), sino que además no tiene fundamento empírico. El ejemplo que suele mencionarse es el largo período de prosperidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial, la llamada época dorada del capitalismo. Supuestamente, el endeudamiento público hizo posible que el estado de los EE.UU. financiara las políticas keynesianas y así comenzara el largo período de prosperidad. En realidad, la deuda federal bruta de EE.UU. como porcentaje del PIB disminuyó constantemente durante la Edad de Oro, de 121,7 por ciento en 1946 al 37,6 por ciento en 1970. El largo período de prosperidad se debió a la reconversión, es decir, a la reconstitución del capital civil, y a la liberación del poder adquisitivo acumulado después de la guerra. 6

Las lecciones para el trabajo

Lo anterior no debe interpretarse como si el trabajo debiera ser indiferente a las políticas de redistribución y/o inversión inducidas por el estado. Por el contrario, el trabajo debe luchar con fuerza por tales políticas. Pero esta lucha debe llevarse a cabo no desde una perspectiva keynesiana sino a partir de la perspectiva adecuada, marxista,
El enfoque keynesiano considera que las políticas keynesianas como una forma de mejorar las condiciones tanto del trabajo como del capital, una manera de contrarrestar o salir de la recesión. Desde el punto de vista marxista, las políticas de redistribución y/o inversión financiadas por el capital inducidas por el estado no tiene que ser keynesiano, es decir, no tienen que llevar el contenido ideológico unido a la palabra, la comunidad de intereses entre las dos clases fundamentales. La perspectiva marxista enfatiza (a) que estas políticas pueden mejorar mucho al trabajo, pero son impotentes contra la crisis, que a lo sumo puede posponerla, y (b) el potencial político de estas políticas. A través de la lucha del trabajo para unas mejores condiciones de vida y de trabajo, puede surgir y crecer entre los trabajadores la conciencia de que cada vez que estas políticas son pagadas por el capital, el capital se debilita tanto económica como políticamente, y que el trabajo puede explotar esto para debilitar el yugo del capital .
Desde la perspectiva marxista, la lucha por la mejora de la porción del trabajo y la sedimentación y acumulación de conciencia antagónica del trabajo y poder a través de esta lucha deben ser las dos caras de la misma moneda. Esta es su verdadera importancia. Ellos no pueden poner fin a la crisis, pero sin duda pueden mejorar las condiciones de trabajo y, dándole la perspectiva adecuada, promover el fin del capitalismo.



Notas

1: La caída de la ARP es la causa inmediata porque ella misma está causada por la competencia tecnológica, es decir, mediante la introducción de nuevas tecnologías de "ahorro" de trabajo pero aumento de eficiencia.
2: Ver Carchedi, 2011a; Carchedi, 2011b; Roberts, 2012, así como la literatura en estas obras. Marx define la tasa de ganancia como s / (c + v), donde s representa la plusvalía, c el capital constante (es decir, el capital invertido en medios de producción) y v el capital variable
(es decir, el capital invertido en fuerza de trabajo, más o menos equivalente a los salarios). Así, s es el numerador y (c + v) el denominador de la ecuación de tasa de ganancia. La tasa de ganancia depende de la tasa de plusvalía (s / v) y la composición orgánica del capital (c: v).
3: Esta es una simplificación. El Estado se apropia, por ejemplo por impuestos, de la plusvalía de ambos sectores. El asunto es que el sector I recibe más plusvalía para invertir de la que pierde para el Estado.
4: Por ejemplo, como Alan Freeman sostiene, "si el Estado pone a disposición, a tantas personas como sea posible en igualdad de condiciones, las capacidades que el capitalismo ha traído a la existencia, interviniendo allí donde el capital privado no lo hace, la crisis terminará" -Freeman, 2009. Por el contrario, la crisis o bien se profundizará o se pospondrá. Anwar Shaikh también cree que la inversión directa del gobierno puede sacar a la economía de la crisis. Esto estimularía la "demanda a condición de que las personas así empleadas no ahorren el ingreso o lo usen para pagar la deuda"-Shaikh, 2011. Aparte de la naturaleza irreal de la suposición de que la gente no ahorra y no pagan las deudas, dado que los bancos necesitan ahorro de los trabajadores, y que el impago de las deudas significa principalmente impago de la deuda de los bancos, esta es una receta segura para una crisis financiera. Igualmente, Foster afirma: "En teoría, cualquier aumento en el gasto del gobierno en este momento puede ayudar a suavizar la recesión e incluso contribuir a la restauración eventual de crecimiento económico" Foster, 2009. Estas y otras propuestas similares tienen una característica en común: no se preocupan por quién debe financiar estas políticas. Pero, aparte de este defecto macroscópico, dado que la economía sale de la crisis a través de la destrucción de capital, estas políticas retrasan en lugar de prevenir el ataque de la crisis.
5: No existe una afinidad entre esta conclusión y la escuela austriaca. Las diferencias son insondables. Sólo por mencionar dos de las muchas: para la escuela austríaca la economía, si no es manipulada, tiende hacia el equilibrio (en lugar de a las crisis, como en Marx) y la intervención del gobierno es la causa de las crisis (en lugar de ser uno de las muchas contratendencias, como en Marx).
6: Ver Carchedi, 2011b.



Referencias

Carchedi, Guglielmo, 2011a, Behind the CrisisMarx’s Dialectics of Value and Knowledge (Brill).
Carchedi, Guglielmo, 2011b, “Behind and Beyond the Crisis”, International Socialism 132, (autumn), www.isj.org.uk/?id=761
Foster, John Bellamy, 2009, “Keynes, Capitalism and the Crisis”, interview by Brian Ashley, www.zcommunications.org/keynes-capitalism-and-the-crisis-by-john-bellamy-foster
Freeman, Alan, 2009, “Investing in Civilization”, MPRA, http://mpra.ub.uni-muenchen.de/26807/1/MPRA_paper_26807.pdf
Roberts, Michael, 2012, “A World Rate of Profit”, http://thenextrecession.files.wordpress.com/2012/07/roberts_michael-a_world_rate_of_profit.pdf
Shaikh, Anwar, 2011, “The First Great Depression of the 21st Century”, Socialist Register 2011 (Merlin).

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